La primera vez

Lucía Cánobra Pompei





















Tenía siete años, lo recuerdo como si fuera hoy. Toqué su ropa, tan sólo fue su ropa. Un abrigo verde y largo que le llegaba casi a los talones. Su rostro descubierto, casi a la par que su cabello rubio alborotado al viento. Su ropa limpia y ordenada. Sus manos suaves, blancas, imprecisas bajo el guante. Su caminar alegre y rápido...

Esa tarde se sonrió y no me dijo nada. Su voz suave no dijo nada. Su voz de trino, de aves en formación de triángulo. Su voz de especie desaparecida, mítica o incalculable... no dijo nada. Pero bastó, bastó para saber. Quizás, entonces, yo también le sonreí, no recuerdo. Es más, creo que el rubor -costumbre infame que aún me persigue- cubrió mi rostro y pude huir esbozando alguna excusa con un gesto.

Siempre, cuando me preguntan, digo que ese fue mi primer amor, a sabiendas que el amor no se construye de ilusiones, de rubor fácil o del roce viejo de un abrigo verde. Puede ser, pero aquel será siempre mi primer amor, más que nada porque me indicó el camino, que es distinto a decir que me hizo ser la que soy ahora, cuestión que no sé si agradecer; pero sí me señaló el camino... y lo seguí, y de eso, al menos de eso, no me arrepentiré jamás.




buenos aires, junio, 2010