
Así escuece el aire, tremendo el cálido abandono. Un espacio abierto, un desierto blanco, se diría, a montones, a girones arrancados a la herida. Tiembla el agua inexistente, el caído ensúcubo y cascado. No hay más que decir. Todos ya se han ido. Él. Ella. Los demás. No hay más que silencio en habitación vacía y subterránea. No requiero el cuarto vaso. Al tercero vengaré mis culpas y pecados. Una melodía horada mi ningún sentido. Mi espíritu evapora. No puedo hablar, hilvanar frases en evolución. Palabras, sólo palabras sueltas, que ruedan, caen, se inmiscuyen sin saber a dónde ir. Es más. Y menos. El horizonte se ha cubierto y mi visión llega a unas decenas de milímetros. No hablaré de soledad. No hablaré de represión. No hablaré de dictaduras. Es el tiempo que cae y vuelve y no regresa. Es el viento que no asesta más que entrañas sin profundidad, el regreso a casa, nada más...