Fuera del encierro...

Lucía Cánobra Pompei



















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Hace el tiempo una extraña sombra, cambia el sol de posición, cuenta el aire su desdicha y cae en rápida inusual desolación, masticando el cuello y sangre de una flor reseca, recostada sobre las cadencias de otra flor, también reseca y recostada. Es el clima frío, dicen, piensan tal vez, es el clima frío y ellas voces que no muestran más que ánimo valiente y fiero andar.



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Hacia el horizonte congelado, una de ellas cree estar frente a un Dios de arena, diseñado por el viento y por las olas. Reverencia cada grano que desprende, atajando, acunándolo entre sus ramas-trizadas por la tormenta de la noche. Es un cielo rojo, en llamas, el que las aplasta, a ellas y al buen Dios de arena que aún pliega el alma de la última línea en escozor.



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El camino ha sido largo, sin embargo el giro del camino, aquella curva en el grado noveno, ardid y síncope demente... Miles de personas murmuran mientras mueren recostados en la playa enorme; inalcanzable con la vista ensaya.



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Recuesto el alma-espíritu sobre una piedra en forma de estrella. Dejo que me cubra el agua y los insectos, luego aves de rapiña; para observar el cuerpo triste y fragmentado entre el pasado y el presente... Viene el cálido recuerdo, un verano triste, arrebatada de los brazos, expulsada al invisible océano, santificada a pesar de los pecados, con el rumbo incierto, aún en esta vida, o la que viene; aún infesta de alimañas; aún resbalo por las rocas hacia el mar.



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Es la despedida. Una triza en la voz pequeña de la niña junto a mí, que a ratos soy yo misma; el placer de no observarse; el placer de habitar la nada; la imagen neutra en que nos vemos y desaparecemos a la vez, al mismo tiempo; por completo abandonadas, frágiles, desfallecidas, ya sin luz...