Nocturno

Lucía Cánobra





















Tranquilo un gato gris, transparente su mirada,
expresa el canto de otro tiempo. Médium inclemente
a los sabores y tormentas, corre entre relámpagos
con rumbo hacia la cima vertival, magnética, sitio oculto
de curiosos e ignorantes, donde el habla simple escandaliza
y el pesar de las mentiras reaparece.

Una vez sobre el abismo, otra vez. Infinito el gato
que en otro tiempo se llamó Demóstenes. Cimbra el vuelo,
aterriza, redibuja con sus garras marcas reinventadas,
sin señal revierte el júbilo y carrera, tres a la derecha,
ocho más a la derecha, uno atrás. Hasta ubicarse en el punto exacto,
sin más prisa que una eternidad.

Es así como recibe en trance la visita de los santos, krishnas y remeros.
Una balsa espera al otro lado, el viaje continúa. Siempre continúa.

Sin embargo la fisión provoca el tiemblo. Así, el temblor
cobra sentido
y los demás se toman la cabeza, sin saber, sin entender,
mientras aún el pórtico está abierto, y el buen Demóstenes
se impregna de amarillo para el cruce,

sin decir adiós.