A la deriva de la deriva. Reflexiones a partir de "El sabor del agua", de Agustín Pereda

Lucía Cánobra Pompei
Diciembre, 2005





















Es necesario comenzar diciendo, susurrando tal vez sería mejor, que ya desde las primeras líneas: Cambia el curso de mi río, asegura el cruce antes de la madrugada, el tiempo (tiempo-clima / tiempo-destino / tiempo-vida), vemos, se nos avecina tormentoso. Sin haber cruzado aún el río, experimentamos, que la barca nos arroja al agua…, fría, a ratos maloliente, peligrosa, rápida, para dejarnos en completa sumisión al devenir, al trágico destino que ¿seguro? nos espera en cualquier vuelta o giro entumecido.

Pereda, como un mal timón -con conciencia de serlo-, causa el volcamiento y posterior dispersión de cuerpos, amistades, amores, dioses y recuerdos de un tipo más cercano al infinito que a la entraña o al regreso a casa. Porque claro, habrá que advertir, sin caer en la extrema tentación de revelar el giro sorpresivo que en algún extremo del descenso nos agobia todavía más, que acá no es posible esa cálida extremaunción. Nos hallamos a merced de la más indiferente de todas las derivas, a la deriva incluso de la propia deriva, que en su canto suave y anodino, nos revuelve los estómagos, nos lacera al sol de mediodía, nos repele el hambre, nos impulsa a un enorme remolino, a los infiernos, a los monstruos de simas imposibles, mitológicas. Esa desesperante deriva que nos provoca sed, sobre todo sed, de venganza, odio, ira. Y también de entrega, de sueño, de alucinación.

Es así como nos mecemos tristemente en este viaje. Sin ya esperanza de volver a nada. Un decurso extraño y tembloroso, que resigna el aire puro, la tranquilidad, el sueño amable. No sabemos si saludar desde lejos al autor, o derechamente acometerlo a golpes por habernos mostrado ese lugar. Lo cierto es que nos quedamos presos de inacción, asombro y duda, y ante eso, lo mejor, tal vez, sea esperar un tiempo razonable, el mismo tiempo que ha ocupado el vil Pereda -con todo respeto- en escapar y perderse para siempre en las aguas negras de su propio enigma…